En la verdadera relación tiene que haber integración de dos integridades y no absorción. Tiene que haber unión, no identificación, porque en toda identificación cada uno pierde su identidad. En la absorción se da un desdichado juego de pertenencia y posesión. Ambos sujetos son dependientes. Ninguno de los dos puede vivir sin el otro. Los dos tratan de escaparse del aislamiento, el uno haciendo del otro una parte de sí mismo y el otro haciéndose pertenencia. Persona madura es aquella que no domina ni se deja dominar. Relación madura supone, pues, apertura o movimiento hacia un «tú», pero salvaguardando mi integridad, siendo yo mismo. Como dice Fromm, «esta relación constituye la paradoja de dos seres que se convierten en uno, y no obstante, siguen siendo dos». En una palabra, nuestra relación debe constar de oposición y de implicación. Ignacio Larrañaga |
domingo, 13 de abril de 2014
Amor maduro
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